Al interior de la celda los sonidos llegaban como si vinieran de un lugar lejano y bajo el agua, o más bien como si la misma prisión, con sus muros reforzados, sus rejas y grilletes estuviera bajo el mar y el mundo que los presos recordaban, ese donde el sol brillaba de vez en cuando entre los árboles, estuviera a kilómetros, millas, años luz de distancia.
Sebastián gasta sus noches creando música con las respiraciones acompasadas de los otros presos, intentando descifrar las conversaciones difusas de los guardias y siguiendo los pasos de las ratas entre los muros y bajo el suelo. De madrugada duerme un par de horas y tres veces al día mastica lentamente su comida intentando encontrar algo de sabor en ella (una tarea titánica). No grita por las noches acosado por demonios del pasado, ni tiembla pensando en el futuro, no esquiva la mirada de los guardias cuando cruzan el pasillo en pasos largos y perfectos para llevar a los presos a cumplir su condena, lleva una cuenta exhaustiva de los días y las horas que faltan para su muerte, pero no da muestras de preocupación cuando los guardias se lo recuerdan, intentando que se rompa o pierda el juicio.
- Ya sólo quedan dos semanas Figueres, dos semanas y recibirás tu merecido, ese pobre hombre podrá finalmente descasar en paz…
- Tú le desgarraste el cuello y nosotros te freiremos por dentro…
- Ya solo quedan dos semanas “Licántropo”
Sebastián ni los mira, observa el cielo a través de los barrotes, crea canciones con sus insultos y las tararea sonriendo. Cuando pasan de las 12 y sólo le quedan trece días de vida, las paredes siguen vibrando, susurrándole licántropo, asesino, licántropo, no le importa, no es un insulto realmente, es sólo la verdad.
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