martes, 24 de junio de 2008

Mentiras (de Ayer)

Hoy no tengo ganas de decir la verdad.
Es extraño porque comúnmente odio cada una de las ínfimas mentiras que dejo caer por ahí, incluso los engaños sutiles y las omisiones discretas.
Pero hoy tengo ganas de Mentir.
Lo cual, obviamente quita toda credibilidad a lo que sigue, el solo hecho de ponerlo al comienzo constituye una negación en si mismo, digo que tengo ganas de mentir y es verdad (si fuese una mentira entonces no tendría ganas de mentir, pero estaría mintiendo, entonces tal vez si tengo ganas de mentir y así…). Lo puse esencialmente, en todo caso, porque sospecho que mañana me sentiré culpable de esta ansia repentina de falsedades que me ha invadido, y no hay nada que deteste más que sentirme culpable (o si, que se yo), pero claro, no tienen que creerme, quizás lo puse por capricho, quizás me parece que suena bien.

(Que confuso es todo cuando se espera que el otro mienta. Que confuso es todo y punto.)

En fin, dado mi estado actual, confeciones y mentiras. (de algun modo debo desahogarme):
- Leo los finales de los libros antes de terminarlos.
- He estado enamorada.
- Detesto el te si azucar.
- Dejo a mi familia, a veces, peor de lo que es.
- El éxito no me importa.
- El éxito me importa.
- No se de amores correspondidos.
- Ni de “esa otra parte” del enamoramiento unilateral.
- tengo más secretos…
- Cambio las historias.
- 2 + 2 siempre es 4.
- No disfruto tanto las matemáticas.
- No quiero que llegue a conocerme de verdad.
- Disfruto omitir los nombres.
- Detesto suspirar.
- Me gusta ese que dice “no reserves del mundo, sólo un rincón tranquilo”
- Y no el que dicta: “No me pidan razones, o que las disculpe”
- …

Adivina, buen adivinador ¿Cuántas verdades y mentiras son?

domingo, 22 de junio de 2008

de ciudades, deseos y etc.

… Yo me conformaría con un poco de emoción de la simple, una emoción buena, bonita y barata, sin una gran campaña de marketing, ni complejas relaciones de precio calidad, una emoción tan pequeña que no serviría de ejemplo para mis clases de gestión (aunque quizás si, si lo ves de manera rebuscada, para intro a eco).

Algo así como la que produce el sol colándose por entre las hojas de los árboles, comienzos de otoño o fines de la primavera, tarde en Los Andes, cuando se camina por Avenida Santa Teresa. O esos cielos de nubes como algodón de azúcar, fucsia, violeta, naranjo y amarillo, esas que no existen en santiago y que me obligo a no echar de menos.

(Por la noche Santiago de Chile se vuelve un conjunto de luces borrosas en la distancia, como esas estrellas que nos oculta el smog)

Lo que si hecho de menos son las caminatas inútiles, no era común, pero en ocasiones fabulosas los días de Los Andes eran perfectos y cruzar la plaza de armas sin destino fijo se volvía una ilusión digna (quizás por eso nunca me molesto esperar).

Los Andes, que mierda de ciudad, y sus aires de paraíso de bajo presupuesto, sus noches de infierno de treceava categoría, sus atardeceres hermosos que casi hacían que valieran la pena, sus condominios serrados, sus rincones conocidos y desconocidos, sus tardes eternas entre la siesta y el anochecer y su “que se yo” que convencía a los hombres y mujeres que llegaban perdidos a sus calles demasiado cortas, de que, si el sueldo lo permitía, ese sería el lugar en el que habrían de criar a sus hijos.

Y el tiempo, toneladas de tiempo (tiempo como los días que describe Nicanor Parra para Santiago, solo que en Santiago los días no son interminablemente largos, sino que tienen las horas correctamente medidas y sus segundos casi siempre son segundos de verdad), tiempo para perderlo, para aprovecharlo hasta la ultima gota, tiempo para botar por la ventana y que luego no quede suficiente ni para dormir. En Los Andes la vida es lenta, horriblemente lenta, encantadoramente lenta, detestablemente lenta, etc.

El punto que quiero algo simple (como un viernes morado ¿sabes? O verde, o del color que quieras…) y ser feliz, aprovechar esta constante perdida de tiempo, este suicidio a plazos, que es mi vida.

martes, 17 de junio de 2008

Cambios de bruma.

Fue un día lleno de bruma, cuando el caballero abrió los ojos y sintió el aire frío de la mañana quemándole los rasgos, tubo la seguridad absoluta de que el mundo había cambiado, irremediablemente.

Hace mucho tiempo ya que los caminos lo separaron para siempre del hogar, las lomas de pasto casi azul y el "vivieron felices para siempre", no fue algo que decidiese, un día simplemente se alejo un poco más de lo necesario, había oído de luchas que resultaron ser solo rumores y estaba por volver cuando la vio: apenas un susurro de pelo rojo y pasos perdiéndose por los caminos, un sin fin de medallones de colores y el tintineo de las pulseras apareciendo de la nada y caminando en dirección al pueblo de donde el caballero (su nombre era Sir Lucane, pero hace mucho que había dejado de tener real importancia, porque desde épocas inmemorables los caballeros dejan de ser lo que son en el momento en que se calzan por primera vez las botas llenas de broches y sierran con un algo de furia, demasiada seguridad y un leve exceso de fuerza el yelmo, poniendo de una vez y para siempre una barrera entre ellos y el mundo) estaba a punto de partir. No pensó realmente lo que hacía, para cuando se dio cuenta ya estaba de vuelta en la posada preguntando si podía utilizar la misma a habitación, dando excusas para justificar su cambio repentino y luchando contra la urgencia de vaciar el pueblo buscándola a ella.

El resto de la noche se pierde en el humo de la chimenea y la niebla de un par de ojos verdes; que lograban que el mundo pareciese por momentos no un lugar mejor, pero si un lugar más bello, un lugar donde vivir no siempre era fácil, pero siempre valía la pena. En un momento la ve entrando en la posada con el pelo lleno de rizos y vestida con algo que podría ser un vestido, pero que parece un montón de colores, no telas de colores, colores simplemente, como manchas de tinta esparcidas en el espacio, pañuelos sobre las faldas y piedras azules sobre los pañuelos, una capa tan vieja que es invisible a ratos y las manos con pulseras y anillos, que hacen música mientras ella camina (pero baila a cada paso) como si todo lugar fuese suyo, como si fuese ella la verdadera soberana de esas tierras y no un rey de barba dorada y mirada severa. Al momento siguiente ya esta sentado a su lado, no sabe lo que dice, no sabe si dice algo realmente, el resto de la noche es un remolino de sonidos y sus labios curvados apenas, como si supiese las respuestas a todas las preguntas que se a planteado cada hombre de la historia, pero no quisiera revelarlas, porque es más divertido así. No tubo tiempo para pensar “es un gitana”, ni para reprimir el deseo, no había forma de resistirse a la curva de su cuello y aunque la hubiese habido él no deseaba resistirse, quería enredar sus dedos en ese pelo demasiado rojo y demasiado rizado, dormir sobre esas piernas llenas de ritmo y confesarle cada secreto del reino con tal de que jamás se fuese de su lado.

A la mañana siguiente se despertó sólo y cubierto de su aroma a humo y menta, no tuvo tiempo para pensar en lo que hacía, así como tampoco tubo opciones, se marcho a buscarla antes del medio día y las lomas azules, los amigos de la infancia y el recuerdo del hogar quedaron ocultos bajo la bruma verde.

El día en que las cosas cambiaron no fue realmente diferente a los mil y tantos días que había pasado buscándola, el camino se perdía en la distancia y hace meses que el rumbo se había perdido entre las curvas, para el anochecer, sin embargo, no le cabía duda de quel mundo era diferente, se recostó juntó a un río y dejo que el caballo bebiese agua y buscase algo que comer, se durmió mirando las estrellas y soñó que los árboles estaban hechos del material de sus pulseras y cuando soplaba el viento las ramas y las hojas, creaban música (magia) para que su camino fuese mas dulce y las mañanas más tibias, pero no recordó nada a la mañana siguiente.

Pasaron cuatro días antes del pantano, las pesadas botas negras se hundían en el lodo y las ranitas saltaban de la nada frente a sus ojos, mirándole con enormes cristales amarillos.

No le sorprendió encontrarla, en su mente la encontraba todos los días y cada días parecía mas real que el anterior, habían dos opciones, o la había hallado finalmente y el viaje (su vida, el camino, las mañanas llenas de escarcha) se terminaba, se doblaba sobre si mismo y comenzaba de nuevo, pero diferente, o era un sueño… soñaba que ella estaba sentada con un vestido manchado de barro, rodeada de ranitas y sapos (verdes y azules, amarillo, violeta y rojo) con menos joyas, pero los mismos rizos y los mismos ojos, sin nombre ni zapatos y rodeada de una bruma espesa que subía desde el lodo y la envolvía como enmarcándola y venerándola; ninguna de las opciones era mala, se acercó a pasos lentos.

Cuando la tuvo en frente, ella le devolvió la mirada, los mismos ojos verdes llenos de bruma, que le desnudaban el alma y le hacían desear derrumbar todas sus las paredes, volverse vulnerable y simple, quitarse el yelmo y besarla por horas, o solo mirarla un segundo, daba igual… - Dejé todo para buscarte – ella sonrió y su voz era un susurro, no estaba seguro de oírlo realmente, las palabras llegaban directo a su mente – No estaba perdida, no necesitabas buscarme, me habrías encontrado de todas formas.

Luego se levantó despacio y alargó los brazos para quitarle las protecciones del rostro (el cuerpo, el alma) y luego, una mano fría en su mejilla, no supo que decir así que dijo lo primero que se le vino a la mente: - El mundo cambió

Ella se rió, y su risa fue un déjà vu del tintineo de sus pulseras la primera vez que la vio, le dijo que siempre cambia, un poco, que fue “su mundo” el que cambio de repente, le dijo por que – Hace cinco días note que yo también te estaba buscando.

El beso fue suave, ella tenía arrugas alrededor de los ojos y cuando se reía su piel se tensaba más de lo que recordaba, pero eran rizos enmarañados y rojos los que apretaba entre los dedos y cuando le tocó la mejilla él dejó de ser un caballero – Sir Lucane-, dijo. El nombre de ella era un nombre de gitana, y se perdió entre los árboles de cuentas de colores, que sonaban como su risa cuando los mecía el viento.