… Yo me conformaría con un poco de emoción de la simple, una emoción buena, bonita y barata, sin una gran campaña de marketing, ni complejas relaciones de precio calidad, una emoción tan pequeña que no serviría de ejemplo para mis clases de gestión (aunque quizás si, si lo ves de manera rebuscada, para intro a eco).
Algo así como la que produce el sol colándose por entre las hojas de los árboles, comienzos de otoño o fines de la primavera, tarde en Los Andes, cuando se camina por Avenida Santa Teresa. O esos cielos de nubes como algodón de azúcar, fucsia, violeta, naranjo y amarillo, esas que no existen en santiago y que me obligo a no echar de menos.
(Por la noche Santiago de Chile se vuelve un conjunto de luces borrosas en la distancia, como esas estrellas que nos oculta el smog)
Lo que si hecho de menos son las caminatas inútiles, no era común, pero en ocasiones fabulosas los días de Los Andes eran perfectos y cruzar la plaza de armas sin destino fijo se volvía una ilusión digna (quizás por eso nunca me molesto esperar).
Los Andes, que mierda de ciudad, y sus aires de paraíso de bajo presupuesto, sus noches de infierno de treceava categoría, sus atardeceres hermosos que casi hacían que valieran la pena, sus condominios serrados, sus rincones conocidos y desconocidos, sus tardes eternas entre la siesta y el anochecer y su “que se yo” que convencía a los hombres y mujeres que llegaban perdidos a sus calles demasiado cortas, de que, si el sueldo lo permitía, ese sería el lugar en el que habrían de criar a sus hijos.
Y el tiempo, toneladas de tiempo (tiempo como los días que describe Nicanor Parra para Santiago, solo que en Santiago los días no son interminablemente largos, sino que tienen las horas correctamente medidas y sus segundos casi siempre son segundos de verdad), tiempo para perderlo, para aprovecharlo hasta la ultima gota, tiempo para botar por la ventana y que luego no quede suficiente ni para dormir. En Los Andes la vida es lenta, horriblemente lenta, encantadoramente lenta, detestablemente lenta, etc.
El punto que quiero algo simple (como un viernes morado ¿sabes? O verde, o del color que quieras…) y ser feliz, aprovechar esta constante perdida de tiempo, este suicidio a plazos, que es mi vida.
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