miércoles, 14 de enero de 2009

ciudades e infierno

“Estamos muertos” dijo él, mientras la miraba con los ojos enrojecidos por le humo, a lo lejos el mundo se caía a pedazos y los restos de su vida (o de una parte de su vida o la mentira que hizo pasar por su vida) se fundían en llamaradas rojas y liberaban densas nubes de humo negro que se perdían en el cielo de la ciudad. De noche todas las ciudades son un infierno, eso lo sabe todo el mundo.
“No” dijo simplemente ella, sin devolverle la mirada, tenía una quemadura bastante fea en el antebrazo izquierdo y la cara manchada de hollín, Nathe pensó que era lo más fantástico que había visto en su vida… y había visto muchas (demasiadas) cosas.

Pasaron horas, el ruido de las sirenas se seguía escuchando a pesar de la distancia y los gritos se seguían escuchando a pesar del tiempo, dentro de la piel que siempre le olería a humo, probablemente nunca dejaría de escucharlos… no era gran cosa, estaba acostumbrado.

“No estamos muertos Nathe, tu y yo no morimos de forma tan fácil, lo que murió fue una mentira, podemos crear otra…”
“O podemos decir la verdad, para variar”

No estuvo seguro de que lo había dicho hasta que se dio cuenta de que ella le estaba mirando, con los ojos verdes más brillantes que nunca, relucientes en medio del polvo, el humo y la sangre. Como un par de dagas envenenadas y de doble filo. Ni siquiera supo que lo había estado pensando, hace días (meses, años, toda la vida).

“La verdad es relativa, idiota”

Lo que, claro, en su idioma personal, ese que no tenía traducción posible, ni interpretes ni sentido, quería decir que ella también lo había estado pensando hace días (años, meses o toda la vida), pero no lo sabía hasta ahora.

Pensó: Así que ya elegiste lo que dirá el último tatuaje no?
Pensó: No vamos a viajar juntos.
Pensó: Quizás no te vea nunca más, pero eres lo más espectacular que he visto.
Pensó que espectacular era relativo, porque Mel no era lo mas bello, ni grandioso, ni sensual que había visto, no era como las mujeres a las que mentía de vez en cuando (o a las que hacia creer que mentía cuando les decía la verdad), ni como los hombres con los que mataba o a los que mataba (no había mucha diferencia). Pensó que la palabra amor estaba sobre valorada, al igual que odio, compañero, amante, rival y enemigo.
Pensó que debían ser las cinco de la mañana, que el sol se vería genial saliendo de entre el humo y las llamas, que le escocía el costado y le dolía al respirar, que los cielos de las ciudades de noche eran profecías del Apocalipsis (eso lo sabe todo el mundo) y que quizás debiera comenzar a decir la verdad, a todos, a si mismo (al menos un poco).

Dijo “Quiero un café y galletas que chocolate”

Y el bufido que soltó Mel a su lado escondía un risa que él escucho perfectamente, porque ella no le podía mentir y viceversa.

Cuando se embarcaron más tarde en vuelos diferentes a destinos desconocidos, luego de la ducha, el café y las galletas. Sabía que el amanecer a través de un incendio no es ni de lejos tan genial como el atardecer luego de un buen día en el mar.
Eran las dos de la mañana en el avión y abajo, una ciudad brillaba como una telaraña de hilo rojo, como un laberinto de metal al rojo vivo, como un plano del reino de los caídos.

“De noche, todas las ciudades son un infierno” susurro, aunque no había nadie para escucharle. Comenzando así el reinado parcial de la verdad en su vida, porque claro… eso lo sabe todo el mundo.

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